domingo, 10 de mayo de 2009

Un Buen Hombre

Ramo_de_rosas

Juan se detuvo ante la puerta, vacilante, como deseando no llegar nunca a ella para no abrirla. En su mano izquierda llevaba un espléndido ramo de rosas rojas y, tras unos segundos de muda reflexión, no pudo contenerse más y su rostro se contrajo en una mueca de dolor y tristeza que dió paso a un llanto silencioso, aunque intenso.

Con ojos cerrados y encorvándose ligeramente abrazó el ramo de rosas, como si buscara refugio y consuelo en él.

El tiempo parecía haberse detenido y el mundo desvanecido, como si de repente se encontrase suspendido en medio de la nada. le parecía que en esos amargos instantes sólo existían él, esa puerta, el ramo de rosas y el dolor que atenazaba inmisericorde a su corazón.

Un llanto silencioso... si acaso un ocasional y apagado gemido... y Juan, poco a poco, aún agrazado al arreglo floral, se fué derrumbando, apoyando su cuerpo en la pared y dejando que se deslizara lentamente hacia abajo, hasta quedar en cuclillas, casi en posición fetal, con la cabeza gacha... dándole la espalda al mundo y sumiéndose en su amargura.

Era ese día el cumpleaños del amor de su vida... de María... la mujer a quien un día juró amar y respetar hasta que la muerte los separara ante un Dios en el que él no creía. Y ese ramo de rosas, que evocaba los cada vez más lejanos días juveniles de cortejo, le parecía en esos momentos la cosa más triste del mundo.

Y es que la amaba... ¡cuánto la amaba!

Pero con el paso del tiempo, su corazón seguía envenenado... herido de muerte por la traición...

Juan se sentó en el suelo, sin deshacer ni por un segundo su abrazo al ramo aquel y, dejando que las lágrimas corrieran libremente por sus mejillas, dejó que su mente permitiera volar sus pensamientos hacia los días cuyos acontecimientos tantas veces había revivido, deseando en cada una de ellas inútilmente obtener un desenlace distinto. Recuerdos que tanto revivía, y que tanto deseaba poder dejar atrás, en el olvido.

Y, nuevamente, recordó...

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

María lo había traicionado un par de años atrás, justo en un día como éste, su cumpleaños. Ésa era la terrible realidad.

Hasta ese fatídico día, eran una pareja feliz y sin mayores problemas que los de cualquier matrimonio común y corriente... o al menos eso había creído Juan.

Hacía poco más de un año él había obtenido un ascenso en su trabajo que traía consigo una excelente mejora en lo económico; de hecho, era un beneficio que Juan jamás había soñado poder lograr. Era algo que lo libraba de prácticamente de cualquier preocupación monetaria. Era la estabilidad que siempre había soñado para él y su esposa. Sin embargo, como todo, eso tenía un precio...

El trabajo de Juan sería en una ciudad distinta a la suya, a 300 km de distancia, lo que lo obligaba a permanecer prácticamente toda la semana fuera, y pasar sólo los fines de semana junto a su esposa. Sería duro, pero estaba seguro que lo sobrellevarían bien, y que eventualmente encontrarían el modo de pasar más tiempo juntos. Su amor los ayudaría a soportar el alejamiento, sí.

Al principio todo parecía haber ido bastante bien: después de una semana de ausencia, Juan regresaba para encontrarse con María, que lo esperaba ansiosa de él. Los fines de semana eran maravillosos, y los paseos y noches de pasión eran la justa recompensa de una semana de estar privados de su compañía. Luego llegaban los temidos lunes por la mañana, cuando la inevitable nueva despedida era obligada, dejando sólo el esperar de un nuevo sábado.

Era difícil acostumbrarse a ello, en verdad.

Luego, la cosa empezó a enfriarse. Los sábados por la noche dejaron de ser noches de paseos y de sesiones interminables de sexo y amor... empezaron a hacerse rutinarios. Salir juntos era ahora casi un requisito que había que cumplir más por obligación que por otra cosa. Y Juan, en la oscuridad de la noche junto a su esposa dormida, meditaba en lo estaba sucediendo... ¿María se habría hartado ya de su ausencia? ¿Tendría problemas que no le había confiado? ¿Estaría dejando de amarlo? Y, sobre todo... ¿sería culpa de él todo ésto?

Lo que más lo desconcertaba era la actitud de ella cuando él la cuestionaba al respecto y le pedía que aclararan la situación, porque ella se rehusaba a hacerlo con mil pretextos y diciéndole que no se preocupara, que todo estaba bien y que lo que atravesaban era algo natural en el periodo de adaptación a la nueva rutina. Juan, muy a su pesar, aceptaba lo que ella le decía, porque la realidad era que su esposa, no obstante la relativa frialdad con la que había impregnado la relación de un tiempo a la fecha, no le había fallado en ningún aspecto, ni como esposa, ni como mujer. A final de cuentas, quizá él lo estaba viendo todo de un modo un tanto dramático.

Y Juan, enamorado como lo estaba de ella, aceptó la situación.

Con el correr de los meses llegó el cumpleaños de María, y se dijo a sí mismo que era la ocasión propicia para reavivar la llama de la pasión y el amor en su relación. Un día antes, le dijo a su esposa que no podría estar con ella ese día, y que dudaba que siquiera pudiera llamarle por teléfono. Luego, hizo reservaciones en uno de los mejores restaurantes de la ciudad y otra en un hotel de los más caros. Llegaría por sorpresa y, tras entregarle el ramo de rosas rojas más hermoso que pudiera comprar, la llevaría a disfrutar una noche como hacía mucho no tenían. ¡María sí que se iba a llevar una sorpresa!

Por fin llegó el día esperado... y quien se llevó una tremenda sorpresa fué el.

Porque cuando se acercaba a su casa, con su magnífico ramo de rosas rojas, alcanzó a distinguir a lo lejos cómo María, elegantemente vestida, subía al coche de un hombre desconocido para él. Juan disminuyó la marcha al máximo para evitar ser visto. No podía creer lo que sus ojos veían... porque ahora su esposa besaba apasionadamente a aquel hombre...

Juan sintó claramente cómo su interior se empezaba a derrumbar y cómo corazón era oprimido por un puño invisible, pero firme y cruel. Sencillamente no podía creer lo que sus ojos veían. María era incapaz de engañarlo de esa manera. Ella era buena... ella lo amaba... ella le había jurado que lo amaría eternamente...

Con un nudo en la garganta, miró cómo el coche partía con la pareja muy unida, y se decidió a seguirlos. Y en el siguiente par de horas, tuvo que soportar el dolor y la humillación de cómo su esposa cenaba con aquel hombre en el mismo restaurante para el que él mismo había reservado una mesa esa noche... y luego, enmedio de una mezcla de llanto y furia, los observó retirarse de ahí, y enfilar a las afueras de la ciudad... a unas cabañas que seguramente no era la primera vez que visitaban para dar rienda suelta a una pasión que significaba un cruel traición a la promesa matrimonial...

Los miró abrir la puerta y besarse apasionadamente ahí mismo... acariciándose de una manera inapropiada para hacerlo públicamente. Luego, tras unos segundos, entre risas ambos entraron a la cabaña y cerraron la puerta.

Juan, dentro de su auto, los observaba fijamente... con ambas manos sobre el volante y con los ojos arrasados de lágrimas... preguntándose mil veces el por qué de esa traición.

¿En qué había fallado?

¿En qué momento María había dejado de amarlo, en qué momento sus besos habían dejado de ser sinceros?

¿Hasta cuándo tenía pensado mantenerlo en secreto? ¿Por qué lo había engañado de esa manera, si él siempre le había sido fiel y la amaba con toda su alma y con todo su corazón?

¿Por qué?

¿Por qué?

¿¿POR QUÉ??

No lo sabía... no lo comprendía... no podía asimilarlo... y, mientras miraba fijamente aquella puerta tras la cual su esposa le era infiel, dejó fluir su tristeza y frustración.

Intentó que sus lágrimas de dolor lavaran un poco su pisoteado orgullo manchado de traición y de mentiras... Dejó que su amor envenenado agonizara lentamente...

Pasó así muchos minutos, horas quizá, no lo sabía con seguridad. ¿Qué debía hacer? ¿Marcharse de ahí y no volver a verla nunca más? ¿Reclamarle? ¿Golpearla? ¿Matarla? ¿Suicidarse? ¿Fingir que no sabía nada e intentar salvar lo poco que quedaba de su matrimonio, con la esperanza de recuperar lo perdido?

Y es que el dolor era inmenso, sí... la humillación era insoportable, también era cierto... pero... si se veían de cierta manera las cosas... ¿podía culpar a María?

¿Acaso no era él quien se había alejado de ella?

¿No había sido él quien la había descuidado?

¿No había sido él quien había antepuesto lo económico a lo afectivo?

Además... de no haber descubierto esta noche la infidelidad de su esposa...¿ habría podido hacerle algún reclamo en cualquier cosa? La respuesta era NO. Ella nunca le había fallado ni como esposa ni como mujer. Se podría decir que le había dado su lugar, y había respetado el hogar. No lo había desatendido, ni lo había abandonado. La verdad era que hasta antes de esa noche amarga, Juan no tenía queja de su esposa.

No podía, pese a todo, dejar de aceptar el hecho de que la amaba con todas sus fuerzas. Y le daba miedo de estar buscando la manera de justificar algo a todas luces injustificable. Ella lo había traicionado, y eso no estaba bien...pero él también tenía parte de culpa...gran parte de la culpa. Se resistía a aceptar que la vida que hasta entonces había conocido estaba destinada a irse a la basura. Se resistía a no luchar por rescatar aquello que tanto amaba.

Un buen hombre no dejaría que eso sucediera.

Un buen hombre no dejaría de luchar por lo que amaba.

Un buen hombre haría el esfuerzo de perdonar algo que quizá él mismo hubiese propiciado.

Un buen hombre soportaría todo apoyado en la fuerza de su amor para rescatar una vida que deseaba volver a tener.

Con esos pensamientos en su mente, Juan enjugó las lágrimas de sus ojos y respiró profundamente, resuelto. Encendió el motor de su automóvil, ahogando dentro de sí el rencor y el dolor, arrojó fuera el ramo de rosas que por esa noche había perdido su valor, y se alejó de aquellas cabañas donde su mujer, ajena a su drama interior, se entregaba a una pasión traidora y prohibida.

Sí... un buen hombre era capaz de perdonar y soportar todo por amor. Y él amaba profundamente a su esposa. Quizá más que a él mismo.


* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *





Transcurrieron así dos años, y hoy aquí estaba Juan, aún atormentado por los recuerdos de la noche en que su corazón había sido destrozado por un engaño.

Aún en el suelo, permaneció unos instantes con la vista fija en el piso, dejando que los recuerdos se volvieran a guardar en el baúl abierto de su mente y que las últimas lágrimas resbalaran por sus mejillas y cayeran con libertad. Luego, las limpió con el dorso de su mano y, sin dejar de abrazar su ramo de rosas, se puso de pie otra vez.

Intentó esbozar una sonrisa que fué fallida, y extrajo de su bolsillo la llave de la puerta que tenía frente a él, y a la que tanto temía abrir. La puerta del mausoleo donde ahora se encontraba...

... el mausoleo donde estaba sepultado el cuerpo de María, a quien había matado aquella misma noche en su propia casa.

Porque había sido incapaz de soportar el peso de la traición... el dolor de la humillación y la tortura de los celos. Y, mientras estrangulaba a su esposa con sus propias manos, recordaba lo que había pensado un par de horas antes: "Un buen hombre no dejaría de luchar por lo que amaba"... "Un buen hombre haría el esfuerzo de perdonar algo que quizá él mismo hubiese propiciado"...

Y era cierto.

Pero también era cierto que él no era un buen hombre. No, ya no más. El Juan buen hombre había muerto horas antes, cuando su corazón envenenado de amor traicionado había dejado de darle vida. Y este nuevo Juan había tenido la sangre fría de asesinar al amor de su vida, de mandar matar a su amante, e ingeniárselas para no tener problemas con la Ley.

Hoy sólo existía un Juan que estaba vivo sólo porque la sangre aún fluía por sus venas, pero que interiormente llevaba ya dos años tan muerto interiormente como su difunta esposa. Dos años de llorar cada noche la infidelidad de María y su incapacidad para perdonarla, aún con todo lo que ella significaba para él.

Entró al lugar, y se dirigió al pequeño altar que había mandado construir para ella. Depositó el arreglo de rosas en un florero y permaneció unos minutos llorando en silencio, como conversando sin palabras con María. Besó los dedos de su mano derecha, y depositó ese beso en la fría lápida mientras murmuraba un "te amo" apenas audible. Dió media vuelta y se dirigió a la salida.

Segundos después, el recinto estaba solitario nuevamente. Y el silencio parecía repetir en un mudo murmullo el epitafio de la tumba de María:

"Una buena mujer que no tuvo la suerte de encontrar a un buen hombre que la comprendiera. Te amo. Tu esposo, Juan".

Afuera, Juan se perdía de vista en los caminos del cementerio, rumbo a la salida, a seguir viviendo lo que le restaba de vida, en la espera de morir pronto y reunirse con su amada en el más allá, si es que tal cosa existía.

Porque quizás allí, y sólo allí, él podría perdonarla...

...y ella a él.

2 comentarios:

Andrix dijo...

Jackin....triste historia en verdad, pero eso no kiere decir q ese tipo de cosas no sucedan de manera frecuente, ups se me fueron las ganas de casarme ya...jajja naaaaaaa en verdad buena historia amiguis...triste pero buena.

Andrea

Mabel G. dijo...

Te felicito Jacko, por lo bien relatada... ¿eres escritor profesional? ¡Debes serlo de la manera que haces que uno viva los momentos (ya llevo leídas muchas cosas tuyas publicadas en el 360)
Realmente es un relato dramático y te lleva hasta el último momento a pensar ¿qué pasó? Se me ha puesto la piel de gallina.
Te seguiré Jacko, me puse como "seguidora" espero que no te moleste...
Un abrazo, amigo y sigue deleítandonos con tus historias.
Mabel.