martes, 27 de enero de 2009

Mis Zapatos Nuevos

Dice la Ley de Murphy que "si algo tiene la posibilidad de salir mal, entonces saldrá mal". Ni la Ley de Gravedad es tan cierta como ésto... al menos en mi caso.

Sólo a mí se me ocurre estrenar ropa y zapatos en un día lluvioso. Peor cuando hay que estar presentable para una reunión de trabajo.

Es el segundo día consecutivo que amanece lloviendo y, para alguien como yo, acostumbrado a trabajar en el exterior y bajo el rayo del sol, esto normalmente significaría un día de descanso obligado. Cuando el dios Tláloc decide actuar, no hay más remedio que resignarse.

Pero este día no fué así. El Gran Jefe Pluma Blanca (o sea, mi jefe) dispuso que un colega y yo asistiéramos en su representación a una reunión de trabajo con unos gringos con quienes se negocia desde hace un tiempo. En realidad, el que está bien enterado de ese asunto es Andrés, mi colega. A mí me hicieron acompañarlo como "traductor"... y es que mi buen jefe piensa que porque soy fanático de The Beatles y Pink Floyd, y porque sé que pollito se dice "chicken" y ventana "window", ya por eso sé hablar inglés. Aunque dicen por ahí que en tierra de ciegos el tuerto es rey. En fin...

El caso es que, tras recibir la indicación del jefe de acompañar a Andrés, regresé a casa a cambiar mi vestimenta de día lluvioso y ponerme algo que me hiciera ver más presentable. Abrí el clóset y tomé una camisa y un pantalón mucho más formales, de esos que uno se pone sólo cuando hay ópera, o cuando se asiste a la boda o al funeral de un conocido.

Un cinturón de brillante y elegante hebilla, fabricado con finos materiales de auténtica y original imitación piel (comprado al 2 x 1 en un tianguis, con una camiseta de regalo) vino a acompañar mi fastuoso ajuar. Para completar el cuadro, se me ocurrió estrenar un par de zapatos como de negro bailarín que habían aguardado pacientemente durante semanas la ocasión idónea para hacerlo.

No es por nada, ni por ensalzarme a mí mismo, pero vestido así de esa manera me veía muy bien, al extremo de que casi casi se me veían rasgos humanoides.

La lluvia había amainado un poco, y por el momento estaba convertida en una pertinaz llovizna, aunque las nubes negras presagiaban mucha más agua. Andrés pasaría por mí, y consideré que el tiempo que me tomaría salir de casa y subirme a su automóvil no bastaría para que la llovizna hiciera mella en mi aspecto.

Unos minutos después llegó mi colega, y corriendo me subí a su coche.

- ¡Vaya! -me dijo burlonamente al verme - ¡Hasta que te vestiste como la gente decente!

- Pues ya ves, algún día tenía que ser -le respondí, cerrando la portezuela-. Lo malo es que tú vienes tan méndigo como de costumbre. Con ese saco y esa corbata que le robaste a tu abuelito pareces Testigo de Jehová.

- Ya quisieras venir tan elegante como yo, güey. Pero bueno, vámonos ya, porque se hace tarde.

Condujo su auto y, al tomar las calles principales, vimos que eran verdaderos ríos los que corrían por ellas. Había que avanzar muy despacio, a pesar de que Andrés deseaba ir más aprisa. Ya conocía yo su basura de coche, y sé bien lo que pasa en esas circunstancias si no se tiene cuidado. Con algo muy cercano al pánico ví que pretendía tomar la Avenida principal, que en esos momentos estaba convertida en una sucursal del Río Amazonas. Y es que esa avenida se inunda con el simple hecho de que alguien escupa en el suelo.

- No vas a irte por ahí, ¿verdad? -le pregunté, temeroso de escuchar la respuesta.

- Puedes apostar tu nalga izquierda a que sí. ¿Por qué? ¿Te molesta, te duele o te pica?

- ¡No seas güey! ¿Que no ves que está hasta la madre de agua? ¡Esta porquería que manejas se va a parar, ya lo sabes!

- Naaaa... no temas, Jerry-boy. Recuerda que sólo Judas temió. Me voy a ir despacito, pa' que te quedes tranquilo. Además, hace ya mucho tiempo que no se me para...

- Sí, eso me platicó tu vieja.

- Me refiero al carro, cabrón.

- ¡Ya lo sé, güey! Pero mira: la lluvia está arreciando y el nivel del agua va a subir todavía más. Vamos con tiempo de sobra... mejor vámonos por otra ruta.

- No seas llorón. Si me voy por otro lado, vamos a tardar mucho. Además ya estamos aquí, y el que va manejando soy yo. Para la otra, nos vamos en tu carro y te vas por donde se te pegue tu regalada gana, ¿ok?

Al terminar de decir esto, ya entonces había enfilado por la avenida y avanzado un buen trecho. Llovía nuevamente, y al paso de los vehículos se formaban pequeñas olas que golpeaban los costados del coche. Andrés tomó su carril izquierdo, lo que no me pareció buena idea, pero deduje que lo hacía para que no le tocara baño cuando algunos vehículos pasaran a su lado, a gran velocidad y levantando auténticas paredes de agua. Sólo lo miré con desaprobación, y él sonrió, diabólicamente divertido. El muy infeliz estaba disfrutando mi inquietud. En esos instantes deseé haberme traído en una bolsa la ropa que en esos momentos traía puesta , y haber esperado a llegar a nuestro destino para cambiarme. Ya ni modo, pensé.

Condujo despacio unos cuantos metros más, y entonces sobrevino la tragedia. El motor dejó de funcionar. El distribuidor terminó por mojarse y súbitamente nos encontramos en un coche que ya sólo se movía por la inercia. Repentinamente, la imagen mental de mí mismo asesinando salvajemente a Andrés se apoderó de mi cerebro. Odio cuando suceden esas cosas pudiendo haberlas evitado. Respiré hondo y no dije nada.

Andrés, maldiciendo sin detenerse ni un segundo a pensarlo, intentó orillarse pasándose al carril derecho... pero sólo consiguió quedar atravesado, invadiendo ambas vías, obstruyéndolas. Sin decir una sola palabra, me cubrí la boca con una mano, tal vez impidiendo la salida del torrente de palabrotas que se me antojaba dedicarle en esos momentos. Encendió las luces preventivas, y se volvió hacia mí, mirándome fijamente. Lo miré a mi vez, y casi pude leer sus pensamientos... eran obvios.

- Ni creas que me voy a bajar a empujar esta mierda -le dije muy serio.

- Tenemos que empujarlo, Jerry. Estamos tapando el paso en la avenida.

- "Tenemos" y "estamos" me suena a algo así como a manada, o a desfile, güey... el que "tiene" que bajarse a empujar, por que "está" tapando el paso, eres tú, imbécil. Si crees que yo voy a salir ahí afuera con este aguacero, andas bien perdido... -y después de decir esto, y al ver que no despegaba la vista de mí, sin decir nada, ya no me pude contener - ¡¡Te dije que no te vinieras por aquí, con veinte mil chingadas, cabrón!! ¡¡Te lo dije!! ¡¡Pero NO!! ¡¡Tenías que salir con tu batea de babas y hacer lo que se te dió la pinche gana!! ¡¡Y ahora quieres que YO me baje a empujarte...!!

El claxon de un auto detrás de nosotros interrumpió mi naciente furia. Quería que nos moviéramos, y en cuestión de segundos se le unirían más. Había que hacer algo, y pronto.

- Hay que bajarnos los dos -propuso Andrés, con seriedad. La totalidad de la ropa que él traía puesta era de su hermano y no se resignaba a mojarla de esa manera. La opción que ofrecía era algo que debí tomar, pero estaba demasiado contrariado para pensar con frialdad, y me negué.

- Sueñas -le dije-. No voy a echar a perder mis zapatos nuevos por tus pendejadas. Sal tú, y yo maniobro el carro hasta la orilla.

- Yo ya estoy al volante.

- ¿Y qué con eso? Bájate y me paso a tu lugar.

Bocinazos de más automóviles tras de nosotros. Andrés me miró molesto.

- ¡Órale, Gerardo! ¡Estamos tapando el paso! ¡Esto se va a hacer un desmadre si no nos quitamos!

- Ni modo. Tú te viniste por aquí, tú te bajas.

Ya se empezaban a escuchar recordatorios familiares de parte de los automovilistas que deseaban pasar. Andrés y yo discutimos unos segundos más, hasta que, movido por la desesperación, cometí el mismo error que ya tantas humillaciones me ha costado. Acepté dejar a la suerte, arrojando una moneda al aire, el quién saldría a empujar el auto...

Sé que ninguno de ustedes es adivino, ni clarividente para saber lo que sucedió, pero ni falta que hace (porque, de otro modo, este post no existiría).

Es obvio.

Sí, efectivamente, así fue...

Perdí miserablemente.

Ni siquiera reclamé el resultado. Sólo grité una maldición y bajé apresuradamente. Me dolió en el alma sentir mis zapatos nuevecitos llenarse de agua, que me llegó arriba del tobillo. Me dolió también sentir cómo se empapaban mi camisa dominguera, mi pantalón de gente decente, y mi cinturón de finísima y auténtica imitación piel...

Más me dolió recibir la carretada de insultos cuando los conductores de los vehículos tras de nosotros me vieron ("¡Órale, güey, no tengo tu tiempo!"... "¡A'i cuando quieras, cabrón!"... "¡Ya tira esa porquería a la chingada!"), mismas que contesté con un fino y respetuoso dedo medio extendido hacia el cielo y una mentada de madre.

Completamente mojado, empujé el coche hasta la orilla de la avenida, para esperar a que se secara el distribuidor. Y, mientras Andrés maniobraba para estacionarlo, pude ver su estúpida sonrisa a través de mis lentes salpicados de gotas de lluvia. Y tuve que quitarme apresuradamente cuando pasó un autobús a toda velocidad a mi lado, lo que no evitó que me llevara un buen baño. El desgraciado de Andrés se divertía de lo lindo. Todavía tuvo la desfachatez de decirme, con una sonrisota bobalicona, que no me dejaría entrar a su auto así mojado como estaba.

No describiré lo que pasó después. No diré cómo preferí quedarme, empapado y avergonzado, fuera de la oficina de los gringos, mientras Andrés se entrevistaba con ellos. Tampoco confesaré la vergüenza que sentí cuando mi colega los llevó a donde yo estaba, porque no les entendía ni media puta palabra de lo que le decían, y la expresión asombrada y divertida de sus rostros al verme en esa facha.

Mucho menos revelaré el trance tan embarazozo de traducir torpemente lo que aquellos güeros decían, aparentando no dar importancia a mi aspecto, pero visiblemente divertidos. Y el maldito de Andrés a sus espaldas, disfrutando el momento.

Ahora, mientras escribo estas líneas, mis zapatos me miran desde un rincón de la habitación. Casi puedo verlos deformarse lentamente...

¡Qué vida tan corta tuvieron! ¡Qué frustrante ha de haber sido esperar el momento de salir de su caja, sólo para acabar así! ¡Qué triste canto del cisne!

Tengo frío, y afuera sigue lloviendo. Es hora de dejar de pensar en esto y ver lo que sigue.

Que, como podrán imaginar, es más que obvio:

Vengarme de ese infeliz de Andrés.

(Y dejar, ahora sí, de apostar de una vez por todas, porque estoy más salado que un moco seco).

A ver si aprendo.




domingo, 4 de enero de 2009

El Cielo Puede Esperar

El accidente había sido espantoso...

En la oscuridad de la noche, y en la soledad de aquel tramo de carretera tan peligroso, Juan y su familia se debatían entre la vida y la muerte. Sólo el resplandor de las luces del automóvil y el de algunas llamas dispersas rompían la negrura de la noche.

Juan intentó moverse, pero no pudo. Se sentía débil, y un dolor intenso en el pecho le robaba las fuerzas. Incluso el respirar le resultaba insoportable. La sensacion de que mil alfileres aguijoneaban sus pulmones al hacerlo, provocaba que naciera en él el deseo de respirar lo menos posible. Con trabajos volvió la cabeza para buscar a su esposa y a su hijo, venciendo el dolor de su cuello... y deseó no haberlo hecho: María, su mujer, estaba inmóvil, con la frente y la nariz completamente ensangrentadas, y el brazo izquierdo horriblemente fracturado. Su húmero roto estaba expuesto, atravesando su piel y la manga de su blusa. El resto del cuerpo... no podría saberlo...se perdía en la negrura del coche, y no era difícil imaginar que no estaría mejor.

Horrorizado, buscó con la mirada a Danielito, su hijo de 4 años.

Nada.

En su limitado campo visual, su hijo no aparecía...pero el cristal roto de la ventanilla del asiento donde venía sentado, le daba una cruel idea de dónde podía estar. Las oscuras manchas de lo que indudablemente era sangre lo hacían tener la casi absoluta certeza de que lo que temía era cierto: lo más seguro era que danielito hubiese salido proyectado fuera del coche, y en esos momentos se encontrara tirado en algún punto de la inclinada ladera por donde habían dado un sin fin de volteretas después de salirse de la cinta asfáltica.

Presa del horror y la desesperación, intentó apartar de su mente esas imágenes tenebrosas y quiso gritar, pero sólo un ahogado gemido brotó de su garganta antes de ser sofocado por el dolor de su pecho; mismo dolor que le impedía moverse. Pasó trabajosamente saliva y pudo percibir el inconfundible sabor de su propia sangre. Sólo que no sabía como saliva mezclada con sangre, sino todo lo contrario... sabía como si estuviera pasando sangre con una poca de saliva. Y eso lo atemorizó aún más.

Se sentía asustado, dolorido, cansado, triste... Su familia estaba muriendo -o había muerto, no lo sabía- justo frente a él... y no podía hacer nada. La vida se le escapaba segundo a segundo y no podía evitarlo. Ni siquiera podía luchar.

Le llevó poco tiempo el darse cuenta que su dolor e inmovilidad se debían a que estaba prensado contra el volante del auto, que le había quebrado varias costillas. Alguna de ellas habría perforado un pulmón. Pronto se empezaría a ahogarse con su propia sangre.

Un extraño hormigueo que invadía la parte inferior de su cuerpo le hacía temer que se hubiera roto ambas piernas. Ni siquiera sabía si podía moverlas.

Sintió una tristeza infinita... Estaba ante el portal de la muerte... ante el fin de su vida tal como la había conocido. Su mujer y su hijo estaban muertos, y no había podido ayudarlos. Peor aún... él era el culpable de su muerte. Cerró los ojos y rememoró trabajosamente lo que había sucedido tan solo unos minutos antes: él venía junto con María y Danielito camino de una fiesta de cumpleaños en un poblado cercano, donde ella tenía unos parientes. Como siempre sucedía, esos familiares se las habian arreglado para echar a perder todo después de embriagarse con litros y litros de cerveza. Una discusión absurda que Juan había intentado evadir había degenerado en empujones, insultos y amenazas. Como resultado, Juan salió furioso de ahí, llevándose a su esposa y su hijo consigo, sin importarle la lluvia que había empezado a caer y que los empapaba rápidamente en su camino al auto.

Ya en el vehículo, ella había intentado justificar a sus parientes, acusando veladamente a Juan de ser poco paciente con ellos. Él arremetió contra ella y su familia mientras tomaba velozmente la carretera, de camino a su casa. Unos kilómetros más adelante, al pasar un cerro e iniciar una serie de curvas bastante cerradas, perdió momentáneamente de vista la carretera para discutir con María... y la curva fué demasiado cerrada y la lluvia demasiado fuerte para la velocidad a la que conducía... Y ahora estaba aquí, agonizante, con el cuerpo semidestrozado, presenciando cómo su vida y la de sus seres amados terminaba sabiendo que él y sólo él era el culpable de todo esto.

Él y su mal genio.

Él y su terquedad de no saber cuándo callar.

Él y su negligencia.

Las lágrimas asomaron a sus ojos y resbalaron por sus mejillas. Era un llanto mudo, ante la imposibilidad de sollozar por el dolor, que, aunque era inmenso, extrañamente parecía empezar a ceder. El aire le faltaba. El sabor agridulce de su sangre inundaba su boca. La debilidad y la sensación de estar a punto de desmayarse lo invadía más y más. La tristeza se había adueñado de su mente y de su corazón. Porque él sabía que no se iba a desmayar.

Sabía que estaba muriéndose...

¿Esto era todo?

¿Así terminaba?

¿Era solamente desvanecerse y no saber ni sentir nada más?

¿Ya no tendría oportunidad de pedir a María y Danielito que lo perdonaran?

¿No podría decirles por última vez cuánto los amaba?

¿Y después...?

* * * * * * * * * * *

Juan ya no pudo articular ese pensamiento.

Porque esa noche lluviosa, en aquel paraje, al fondo de esa ladera maldita y entre los hierros retorcidos de su destrozado auto, Juan exhalaba su último aliento.

******************

Una eternidad pasó como un suspiro y Juan se encontró en un lugar donde el Infinito lo era todo y era nada a un tiempo. Era como estar suspendido en algún punto del espacio. Sólo que era éste un Universo a la inversa: en lugar del conocido mar de negrura tachonado de estrellas, se veía una inmensidad blanca y resplandeciente, tapizada de millones de puntos como estrellas oscuras, pasando por toda la gama posible de grises. Del mismo modo, no pudo dejar de advertir que había algunas zonas negras, inmutables, como si fueran oscuros nubarrones de tormenta en un cielo soleado. Como agujeros en aquella inmensa cortina de claridad. Eran regiones que daban la sensación de estar fuera de lugar, y que se antojaba que no deberían estar ahí.

De un modo extraño, Juan sentía... SABÍA que todo eso lo estaba percibiendo, pero que no lo estaba VIENDO. No, al menos, de la manera que hasta ese momento había conocido. Porque en esos instantes Juan no tenía ojos para ver, ni manos para tocar... No poseía un cuerpo en lo absoluto. Algo desconcertado, comprendió que era una especie de Idea o Pensamiento; algo ajeno al mundo material que siempre había conocido. Algo intangible.

Observó con atención ese extraño Universo y notó que las "estrellas" grises continuamente desaparecían, dejando lugar a la blancura inmaculada de ese espacio, misma que era inmediatamente ocupada por nuevos puntos grises. Y eso sucedía en todas direcciones, todo el tiempo,en ese vasto Cosmos desconocido... excepto en las nebulosas negras. Ahí la oscuridad era constante, y sólo daba la impresión de que crecían lentamente.

Juan, o, mejor dicho, su esencia, mientras admiraba todo eso empezaba a preguntarse qué había de seguir, qué debía hacer ahora, cuando percibió una voz que venía de todos lados y de ninguno. Una voz que no lo llamó por su nombre, pero que Juan sabía que se dirigía a él, como si sólo existiesen ellos dos. Una pequeña esfera de luz, brillante como un sol en miniatura, apareció frente a él, y Juan supo que tenía ante sí el origen de la voz que acababa de escuchar, así como que él mismo tendría aquel aspecto de esfera de luz, aunque tenía la impresión de resplandecer con muchísima menos intensidad. Aquel Ser habló nuevamente:

- Sé que tienes preguntas. Hazlas antes de partir-. Juan dudó un instante, pero se decidió al fin.

- ¿Dónde estoy? -preguntó.

- Donde siempre has estado. Donde perteneces. Donde siempre estarás: el Universo.

- Sí, pero... ¿en qué parte?

- En todas y en ninguna. No importa en qué lugar te sitúes, siempre verás lo mismo que ves desde aquí, a izquierda y derecha, arriba y abajo, adelante y atrás.

- ¿Dónde está la Tierra?

- Aquí mismo, del modo que todos los mundos posibles están aquí también, pero no puedes verlos, porque nada te une a ellos por ahora. Aún no has alcanzado el nivel para poder hacerlo. Aún no.

Juan no alcanzó a comprender eso, pero por el momento le importaba más otra cosa:

- ¿Qué sucedió con mi esposa y mi hijo? ¿Dónde están? ¿Están bien?

- Corrieron la misma suerte que tú. también están aquí, y lo que tú sientes y piensas ahora, lo sienten y piensan ellos también.

- ¿Puedo verlos? ¡Déjame verlos, por favor!

- Los estás mirando ahora mismo. Están por todas partes. Frente a tí. Arriba. Abajo. No importa hacia dónde mires, ellos están ahí.

- No, no los veo... Sólo veo millones de puntos negros, grises y blancos, que aparecen y desaparecen.

- Esos puntos de luz que ves son tu esposa y tu hijo. Y son tus padres, y tus amigos también. Son tus vecinos y toda aquella persona que amaste, odiaste o ignoraste. Son todo ser viviente habido y por haber.

- Pero mi familia es especial para mí... ¿cómo pueden perderse en esta infinidad, así como así? ¿Para qué ha de amar uno en la vida, si no hemos de encontrar a los seres queridos después? ¿Acaso el Amor se acaba con la Muerte?

- El verdadero Amor trasciende la Muerte. La prueba está en que aún te preocupan tu esposa y tu hijo, y te aseguro que ellos sienten como tú. Pero es un amor incompleto. Es un amor casi egoísta. Es un amor que tiene una buena dosis de temor al dolor propio. El verdadero Amor es el que se siente por Todo y por Todos. Y a tus seres queridos aquí los has encontrado. Soy yo. Eres tú. Son cualquiera de las escencias que aquí ves, sin importar hacia dónde dirijas tu mirada.

- Pero... entonces, ¿por qué sentimos afecto sólo por unas cuantas personas en la vida? ¿Cuál es el objeto de eso?

- La única diferencia entre tus seres queridos y los demás es que a los primeros los conociste mejor. Amaste sus virtudes y soportaste sus defectos. A los demás no les diste la oportunidad de conocerlos y de conocerte. En tu paso por la Tierra hubo mucho más de lo que viste o quisiste ver. ¿cuántas veces pasaste junto a un mendigo, junto a un animal hambriento, junto a una planta sedienta, junto a una roca que estorbaba en el camino, y seguiste de largo sin prestarles atención? Así como todas las luces que aquí ves forman un Todo, así era en la Tierra en que viviste este tiempo.

- Entonces... todos esos puntos negros, grises y blancos... ¿son almas?

- Puedes llamarlos de esa manera, si lo deseas, pero no son lo que solías entender como humano, cuando pensabas que era sólo lo que muchos llaman "Soplo Vital". Pero el alma, como tú la llamas, no es exclusiva de los seres humanos. Esos puntos negros, blancos y grises son Esencias del Ser, y son materia y son energía. Son lo que compone absolutamente todo el Universo. Lo que tú pensabas que no tenía vida, cualquier cosa u objeto, estaba tan vivo como tú mismo en cualquier momento. Pero su existencia se manifestaba de manera muy distinta a la tuya.

- ¿Y qué suerte me espera ahora? ¿Qué sigue? ¿Pagaré por mis faltas? ¿Seré recompensado por mis buenas acciones?

- No de la manera que crees. No se trata de que alguien te castigue por tus errores, ni de que nadie te premie por tus bondades. No existe nadie que te juzgue, sino tú mismo. Eres lo que decidiste ser.

- No entiendo...

- Eres una parte del Universo, y eres tan antiguo y eterno como él. Estás aquí desde siempre, y aquí siempre estarás, al igual que todos. En tu Ser Eterno tus acciones te afectan sólo a tí, y en grado infinitesimal, al Universo. Todo está en continuo cambio, y ese cambio está determinado en cada caso por las decisiones de cada uno. Tus decisiones te afectan sólo a tí y a una fracción del Universo. La fracción que representas, la que eres.

- ¿Cómo puede ser así? En mi vida cometí errores que afectaron a los demás... De hecho, mi esposa y mi hijo murieron por mi culpa... ¿cómo es que dices que mis acciones no afectan a nadie más que a mí? ¡Perdieron la vida por mi culpa! ¡Por MI CULPA!

- Ellos no perdieron la vida. Están tan vivos ahora como lo estuvieron antes. Tan vivos como tú, como yo, y como la estrella más lejana que puedas imaginar. Todo el Universo está vivo. Es un Ser compuesto de infinidad de Seres, cada uno tan importante como el resto y como la totalidad de ellos. Lo que tú conocías como "Vida" es tan sólo una manifestación de ella. La vida no es el latir de un corazón, ni el razonar de un cerebro. En tu existir como humano, poseías una capacidad muy limitada, casi autolimitada, para reconocer a los demás seres vivos. En tu cuerpo humano se encontraban los elementos químicos que puedes encontrar en cualquier parte del Cosmos, sólo que estaban dispuestos de una manera sumamente compleja, determinadas por el tiempo y las circunstancias del espacio en donde les tocó estar. El organismo que tenías y que tanto te asombraba, al grado de llegar a pensar que tenía que haber sido diseñado por alguien, es el resultado de billones de reacciones y eventos químicos que se fueron dando con el tiempo. El organismo más simple de la Tierra y el humano más desarrollado tienen un origen común, y ninguno es superior al otro, sino simplemente diferentes. Ambos son capaces de manifestar la Energía que poseen, pero de distinto modo.

- ¿Cómo que ninguno es superior al otro? El hombre tiene la característica única de poder razonar, de pensar. La inteligencia debe hacer una diferencia, ¿no es verdad?

- Lo que tú llamas "inteligencia" no es algo exclusivo del ser humano. Todo ser viviente la posee, porque la esencia es la misma. Quienes poseen cuerpo y cerebro humanos no buscan la Inteligencia en sí; lo que buscan es Inteligencia reconocible para ellos. Inteligencia similar a la humana. Es el primer paso de un camino larguísimo hacia el reconocimiento de todo lo que lo rodea. Hasta ahora todo cuanto conoce se mide en función a él. Tiempo y Espacio. Vida y Muerte. Bien y Mal. Pero hay muchísimo más de lo que pueden llegar a imaginar. Siempre la primera medida es uno mismo, y la humanidad aún no deja de hacerlo. Siguen pensando que las cosas están hechas a la medida de ellos. Que todo fué creado para ellos y que son los únicos seres vivos y conscientes del Universo. Sólo apenas unos cuantos han levantado la vista y empezado a considerar lo contrario.

- ¿Cómo dices que la inteligencia no es exclusiva del ser humano? ¿Acaso los animales piensan? ¿Las piedras? ¿Acaso no se requiere estar vivo para poder pensar?

- Ya te he dicho que todo el Cosmos está vivo. Hasta la cosa que te pueda parecer más inerte tiene vida. Sólo manifiestan y pasan su existencia de distintas maneras; algunas demasiado complicadas y ajenas a tí. Pero ahí están, tan vivas como tú y yo.

- ¿Qué determina la forma de su existencia? ¿Por qué no todos somos iguales en todo?

- En cierta manera, cada quién determina lo que es y será en su existencia. Cada uno poseemos en un principio la misma fuerza, la misma energía, la misma inteligencia que todos los demás, y de la misma manera poseemos la capacidad de decidir lo que haremos con ellas. Sin embargo, existen leyes naturales que son inmutables y a las que todos estamos sujetos. Quizá te preguntes por qué algunos existimos en forma de luz, como energía, otros como formas de vida reconocibles como tales y otros como aparente materia inerte. La respuesta es que hay niveles de existencia, que van de la negrura más absoluta hasta la luz más brillante, pasando por materia inmóvil, formas de vida más o menos complicadas, energía en diversas manifestaciones y energía pura en forma de luz, como puedes verme ahora frente a tí.

- Yo era humano y hoy me veo como una luz muy similar a tí... ¿cómo es posible eso?

- Tal como te ves ahora es como eres en esencia, pero no es tu estado definitivo. A pesar de ser tu esencia, es sólo un estado transitorio en tu desarrollo. Todas las Esencias del Ser que ves aquí en todas direcciones, en toda la gama posible de grises... algunas muy cercanas al negro y otras muy próximas al blanco, son Esencias que continúan su desarrollo, tal como tú mismo. El estado final de cada una sólo puede ser el Negro o el Blanco Absolutos, y cada uno decide la manera en que ha de alcanzar ese estado final. Esas manchas oscuras que puedes ver son Esencias que han llegado a su estado final, lo mismo que las regiones blancas, y que se encuentran a la espera de que el resto de Esencias completen su desarrollo. Ahora, me preguntaste si los animales y las piedras pensaban, y la respuesta es sí. Todo cuanto conociste es algo que estaba tan vivo y que pensaba tanto como tú. Pero hay algo que habrás de saber para comprender ésto: el Bien tiende hacia la energía, y el Mal tiende hacia la materia, aunque hay casos en que la energía se transforma en algo maligno, y la materia en algo sublime.

"Cuando una Esencia decide emplear su fuerza y su inteligencia para el Bien, su desarrollo, de acuerdo a las Leyes del Cosmos, tiende a presentarse progresivamente en forma de energía; porque ésta es capaz de crear, está en constante movimiento, y contribuye al desarrollo de cuanto le rodea, y es capaz de transformarlo. Sin embargo, ésta energía es capaz de crear, aunque, cuando por alguna razón su desarrollo se ha desviado del camino originalmente tomado, también es capaz de destruir. Por el contrario, si la Esencia emplea su fuerza e inteligencia para el Mal, las Leyes del Cosmos tienden a convertir su existencia hacia un estado de materia, porque de esa manera afecta menos a lo que la rodea, si bien es cierto que no pierde jamás su conciencia ni su vida. Como humano te preguntaste muchas veces si habría vida en otros planetas, en otras estrellas, en otras galaxias, y la respuesta es sí. Todo en el Universo está vivo.

" Ahora, has notado que entre la inmensidad de grises están las regiones oscuras y las zonas luminosas, y ya sabes que ambas son grupos de Esencias que han cumplido su ciclo y han llegado a su Estado Final, y están a la espera del resto de Esencias que aún continúan desarrollándose. Como podrás imaginar, eventualmente sólo hay dos resultados posibles: que domine el Mal o que se imponga el Bien. Desgraciadamente, hasta ahora siempre ha ocurrido lo primero y jamás lo segundo. Las distancias se han acortado entre uno y otro, pero la Oscuridad sigue existiendo.

- ¿Qué quieres decir con "hasta ahora siempre ha ocurrido lo primero"? ¿Es que acaso esto que vemos se ha repetido otras veces? Y, si es así... ¿por qué y para qué se repite? ¿Cuál es el fin?

- Esto que vemos es un ciclo que se ha repetido infinidad de veces, y siempre el resultado ha sido que la Oscuridad interfiere con la Luz. Siempre ha existido esa parte de Esencias que han decidido tomar el camino incorrecto. El que ésto suceda sólo lleva a un Reinicio de Todo. El que haya Esencias que tiendan al Mal y, con ello, a la Materia, conducen a una parte del Universo a un estado donde la energía está contenida, presa en la materia; un estado prácticamente estacionario donde el desarrollo es casi inexistente ante la energía inactiva. El Universo no puede permanecer de esa manera ni en su mínima parte por mucho tiempo, ya que lo natural es que tienda a mejorar. Para alcanzar la Perfección es del todo indispensable que Todo cuanto lo compone esté en armonía y contribuya al proceso; esto es, Todo debe alcanzar el estado más puro, el de Energía. Y para ello, Todos en el Universo deben haber elegido emplear su fuerza e inteligencia para el Bien, encaminándolos hacia la Luz. Hacia un estado de Energía Pura.

- ¿Todos? ¿No es eso algo imposible? ¿Cómo se puede hacer que todos caminen en una sola dirección?

- Hasta ahora ha sido imposible. Y no se puede obligar a nadie a tomar una decisión distinta a la que su Inteligencia le dicta. No se trata de obligar a nadie; es la misma Esencia la que debe comprender la necesidad de desarrollarse para bien del Cosmos. Con todo, la concientización en este sentido es poco a poco mayor, y son cada vez más Esencias las que han entendido que el camino correcto es el que lleva a la Armonía.

- ¿Qué sucede cuando todos hemos alcanzado el Estado Final? Veo grandes regiones de Oscuridad hacia donde dirija la mirada, y dices que éso sólo puede conducir a un Reinicio de Todo... ¿qué significa éso?

- Como dije antes, para que el Universo pueda alcanzar la Perfección, es necesario que todos hayamos alcanzado el estado más puro. Eso no ha sucedido jamás, y se ha hecho imperioso el volver a empezar para intentarlo de nuevo. El Cosmos no puede permanecer estacionario ni en su más mínima parte, y cuando todos hemos llegado al final de nuestro ciclo, las Esencias de Energía se unen a las Esencias de Materia para liberar la fuerza contenida en ésta y darles una nueva oportunidad de enmendar su existencia. Ambos grupos se fusionan para formar una Unidad que, imperfecta, debe eliminar todo rastro de Oscuridad. Todo rastro de Materia. El resultado es una liberación de energía colosal; una explosión apenas imaginable que nos lleva a recomenzar todo desde el principio.

- Una explosión... ¿es éso.. el Big Bang?

- Tú así lo conociste, con ese nombre. Otros le llaman la Creación. No importa cómo se le nombre, todos se refieren a lo mismo. Y es algo que se ha dado infinidad de veces, y que se repetirá hasta alcanzar la Perfección.

- ¿Y qué sucederá cuando todos hayamos elegido la senda del Bien y seamos Energía Pura?

- Eso no lo sabe nadie. Pero es lo que debemos descubrir. Es nuestro Objetivo y nuestro Destino, y hay una Eternidad que aguarda para ser testigo de ello.

Juan enmudeció un instante. No estaba seguro de entender todo aquello, aunque reconocía que había algo de coherencia con todo lo que alguna vez se había preguntado a sí mismo. Pero había algo que aún no había cuestionado y que sabía que debía hacer. Algo que debía saber...

- Y... ¿existe Dios?

- Depende de lo que entiendas por "Dios". Si con eso te refieres a alguien único que sea el responsable del origen, existencia y destino de todo; que premie y castigue, que sea una especie de padre, guardián, juez, verdugo, o rey; o simplemente una Inteligencia Suprema con Voluntad Propia que tenga en sus manos el Pasado, Presente y Futuro de Todo, la respuesta es NO. Ya te he dicho que el Universo es Uno, y Uno es el Universo, y cada quién elige lo que desea ser y hacer consigo mismo. Y al final, todos, como una Unidad, nos encargamos de volver a empezar. Así que si por "Dios" entiendes la Unión de todas las Esencias, la Unión de todas las Fuerzas, Inteligencias y Voluntades de todos y cada uno de nosotros en la búsqueda de nuestro perfeccionamiento, entonces la respuesta es SÍ.

- Entiendo. Y tú... ¿quién eres?

- Yo soy alguien exactamente igual a tí, y que alguna vez hizo las mismas preguntas. Podría decirse que soy tú, o la voz que como humano llamabas Conciencia. Soy uno de los que esperan que llegues a tu Estado Final. Soy uno de los que están dispuestos a esperar una Eternidad a que todos seamos una Unidad armoniosa. Y soy uno de los que están dispuestos a empezar desde cero una y otra vez... y a ser pacientes con tal de llegar a descubrir qué es lo que hay más allá de la Luz Perfecta.

Después de ésto, Juan supo que ya no tenía más preguntas por hacer. Aún no alcanzaba a comprender todo aquello cuanto le había sido revelado, pero tuvo que aceptarlo. Durante el tiempo que había estado conversando con aquella luz había empezado a notar que sus sentimientos humanos rápidamente daban paso a una sensación de paz y tranquilidad cada vez mayor. Una sensación de urgencia. De urgencia por continuar lo que había dejado inconcluso, mediante un volver a empezar.

Sin embargo, al mismo tiempo sentía que su vida en la Tierra junto a su esposa y su hijo, aunque ya era cosa pasada y se podría decir que estaba superada, no podía terminar así. No de ese modo. No después de un accidente. No en un lugar donde podrían ser cualquiera, sin rostro y sin identidad.

Ellos habían sido especiales para él, y esa pequeña fracción de humano que aún quedaba en él le decía que no podía terminar así.

Juan se dirigió a la Luz:

- ¿Sería posible...?

- Sí -lo atajó la Luz-. Casi todos los humanos lo desean alguna vez.

Y Juan, extrañamente, pareció percibir una variación en el tono de voz de la Luz.

Como si estuviera sonriendo.

****************

La niña abrió los ojos con pereza.

Un rayo de luz se había colado entre las raídas cortinas de su humilde habitación y había dado directamente en sus ojos cerrados, despertándola. tardó unos segundos en aclarar su mente y diferenciar el sueño que acababa de tener, de la realidad.

Miró a su alrededor y vio a sus padres en la cama contigua, así como a sus hermanos más pequeños; unos apretujados contra ella en su misma cama y un par más dormidos en el suelo. Habían tenido que acomodarse todos en ese cuarto porque era el único de los dos de los que se componía la casa, que no tenía goteras. La lluvia había caído toda la noche de manera torrencial, haciendo estragos en su pobre vivienda.

Entre sueños recordaba haber escuchado las sirenas de ambulancias y patrullas de policía, a lo lejos. Quizá había ocurrido algún accidente en la carretera, allá en las curvas tras el cerro que había en las afueras del pueblo. En sus pocos años de vida se había acostumbrado a escuchar esas sirenas con cierta regularidad, especialmente en las noches de lluvia. Las curvas eran muy peligrosas ahí, y mucha gente había perdido la vida en ellas. Que diosito los proteja.

Con mucho cuidado para no despertar a nadie, se calzó sus sandalias y se dirigió a la puerta de salida. Hacía algo de frío y quería sentir los primeros rayos del sol... respirar el aroma de la mañana... el pasto húmedo... la tierra mojada... sentir el viento en su cara. Sentir ese viento que siempre traía consigo las fragancias de la montaña, a pino, musgo y eucalipto.

A pesar de que el sol empezaba a brillar con cada vez más intensidad, aún caía una ligera llovizna, de gotas tan finas que podría naber pasado por neblina. Caminó un poco por el rústico jardía al frente de su casa, sorteando los charcos que se habían formado. Levantó la vista al cielo y miró cómo se mezclaban las nubes blancas y negras; cúmulos cargados de una lluvia que seguramente ya no caería, mezclados con otros de una blancura tan inmaculada como el algodón. Sobre éstas últimas se podía ver el reflejo de los matinales rayos del sol.

Una suave brisa sopló en ese momento, y la niña cerró los ojos, sonriendo, sintiendo cómo las finas gotas de llovizna cubrían su rostro.

Sí, era una hermosa mañana. Una gloriosa mañana.

Siguió caminando y rodeó la casa, rumbo a las rocas del pie del cerro que estaban cerca de ahí. Le encantaba pasar horas en ese lugar tan tranquilo como hermoso. Millares de tréboles cubrían sus alrededores a manera de pasto, extendiendo un manto verde en todas direcciones y perdiéndose entre las piedras y matorrales. Su vista viajaba de un lugar a otro, disfrutando ese Edén en miniatura que tenía tan cerca de casa. Y mientras caminaba, poco a poco podía escuchar el sonido de aquello que deseaba ver; algo que siempre aparecía después de una lluvia como la de la noche anterior: una pequeña cascada, que venía desde lo más alto del cerro y bajaba caprichosamente entre las salientes rocosas, serpenteando por ellas y salpicando todo a su paso, formando una pequeña laguna de apenas unos cuantos metros de extensión y que desembocaba inmediatamente cerro abajo, para perderse entre la maleza y los árboles de la ladera.

Se acercó y se sentó en una roca cerca de la laguna, deleitándose con la vista y el sonido del agua que corría. Era algo que disfrutaba siempre. Observó que ahí, justo junto donde la cascada golpeaba la laguna, había muchas flores silvestres que habían abierto sus pétalos multicolores a la brisa y las gotas de llovizna y rocío matutinos. Eran bellísimas. La niña se recostó plácidamente sin apartar la mirada de ellas. Un colibrí apareció de la nada y revoloteó juguetonamente en las flores. La niña sonrió, emocionada y complacida.

En eso, el cielo pareció abrirse en un punto exacto, dejando pasar entre las nubes un rayo de luz de sol que resaltaba el el horizonte, y bañó de claridad la cascada, la laguna, las flores y el colibrí... y el resultado fué una especie de Epifanía celestial: un pequeño arcoiris nació en las aguas de la cascada y pintó de maravillosos colores al colibrí y las flores, aumentando su belleza a un nivel supremo, convirtiendo aquel momento en un instante mágico y único. Y fué como si durante unos de segundos el tiempo se detuviera para contemplar la magnificencia de aquel cuadro.

La niña lo miró, extasiada, y la sonrisa se amplió aún más en su rostro. Era maravilloso ver las flores, el colibrí y el arcoiris. Por un fugaz instante, pensó en ellos como si fueran una familia. Tres almas que, unidas, hacían un cuadro hermoso para hacer feliz a quien lo contemplara.

Le gustaba pensar eso, porque su madre alguna vez le había contado que las almas de quienes mueren regresan a la Tierra en muchas formas a despedirse haciendo feliz a alguien que lo necesitara, antes de partir al cielo junto a diosito.

No sabía si eso era cierto o no, pero tampoco le daba mucha importancia; lo que sí era cierto es que siempre, después de una noche de tormenta como la anterior, podía presenciar un espectáculo tan hermosamente similar a éste. Recordó las sirenas que había escuchado entre sueños horas antes, y la tristeza tomó posesión de un pequeño rincón de su corazón al pensar que tal vez alguien habría resultado lastimado, o quizá alguien había muerto. Ojalá y no.

Una nube cerró el pequeño resquicio por donde el rayo de sol se había filtrado, y el arcoiris desapareció. El colibrí revoloteó un par de segundos más y luego se alejó en busca de otro lugar donde continuar su labor. Las flores quedaron como al principio, solitarias, aunque innegablemente bellas. La niña, con la vista fija aún en ellas, pero con la imagen de lo que acababa de contemplar un momento antes, sin dejar de sonreír emitió una risa corta y alegre.

Y es que le gustaba pensar en lo que su madre le había dicho. Quizá eran las almas de una familia que había perdido la vida, y que habían regresado a regalarle un instante mágico antes de partir junto a Dios, al cielo. No creía que Diosito se molestara por que se retrasaran unos segundos.

Permaneció inmóvil un momento, y luego se levantó para emprender el viaje de regreso a su humilde casa. Y, mientras lo hacía, el mismo pensamiento rondaba su mente: Diosito no se enoja porque las almas se tarden un poco. Diosito es bueno y es paciente.

Sí...

El Cielo puede esperar...