martes, 27 de enero de 2009

Mis Zapatos Nuevos

Dice la Ley de Murphy que "si algo tiene la posibilidad de salir mal, entonces saldrá mal". Ni la Ley de Gravedad es tan cierta como ésto... al menos en mi caso.

Sólo a mí se me ocurre estrenar ropa y zapatos en un día lluvioso. Peor cuando hay que estar presentable para una reunión de trabajo.

Es el segundo día consecutivo que amanece lloviendo y, para alguien como yo, acostumbrado a trabajar en el exterior y bajo el rayo del sol, esto normalmente significaría un día de descanso obligado. Cuando el dios Tláloc decide actuar, no hay más remedio que resignarse.

Pero este día no fué así. El Gran Jefe Pluma Blanca (o sea, mi jefe) dispuso que un colega y yo asistiéramos en su representación a una reunión de trabajo con unos gringos con quienes se negocia desde hace un tiempo. En realidad, el que está bien enterado de ese asunto es Andrés, mi colega. A mí me hicieron acompañarlo como "traductor"... y es que mi buen jefe piensa que porque soy fanático de The Beatles y Pink Floyd, y porque sé que pollito se dice "chicken" y ventana "window", ya por eso sé hablar inglés. Aunque dicen por ahí que en tierra de ciegos el tuerto es rey. En fin...

El caso es que, tras recibir la indicación del jefe de acompañar a Andrés, regresé a casa a cambiar mi vestimenta de día lluvioso y ponerme algo que me hiciera ver más presentable. Abrí el clóset y tomé una camisa y un pantalón mucho más formales, de esos que uno se pone sólo cuando hay ópera, o cuando se asiste a la boda o al funeral de un conocido.

Un cinturón de brillante y elegante hebilla, fabricado con finos materiales de auténtica y original imitación piel (comprado al 2 x 1 en un tianguis, con una camiseta de regalo) vino a acompañar mi fastuoso ajuar. Para completar el cuadro, se me ocurrió estrenar un par de zapatos como de negro bailarín que habían aguardado pacientemente durante semanas la ocasión idónea para hacerlo.

No es por nada, ni por ensalzarme a mí mismo, pero vestido así de esa manera me veía muy bien, al extremo de que casi casi se me veían rasgos humanoides.

La lluvia había amainado un poco, y por el momento estaba convertida en una pertinaz llovizna, aunque las nubes negras presagiaban mucha más agua. Andrés pasaría por mí, y consideré que el tiempo que me tomaría salir de casa y subirme a su automóvil no bastaría para que la llovizna hiciera mella en mi aspecto.

Unos minutos después llegó mi colega, y corriendo me subí a su coche.

- ¡Vaya! -me dijo burlonamente al verme - ¡Hasta que te vestiste como la gente decente!

- Pues ya ves, algún día tenía que ser -le respondí, cerrando la portezuela-. Lo malo es que tú vienes tan méndigo como de costumbre. Con ese saco y esa corbata que le robaste a tu abuelito pareces Testigo de Jehová.

- Ya quisieras venir tan elegante como yo, güey. Pero bueno, vámonos ya, porque se hace tarde.

Condujo su auto y, al tomar las calles principales, vimos que eran verdaderos ríos los que corrían por ellas. Había que avanzar muy despacio, a pesar de que Andrés deseaba ir más aprisa. Ya conocía yo su basura de coche, y sé bien lo que pasa en esas circunstancias si no se tiene cuidado. Con algo muy cercano al pánico ví que pretendía tomar la Avenida principal, que en esos momentos estaba convertida en una sucursal del Río Amazonas. Y es que esa avenida se inunda con el simple hecho de que alguien escupa en el suelo.

- No vas a irte por ahí, ¿verdad? -le pregunté, temeroso de escuchar la respuesta.

- Puedes apostar tu nalga izquierda a que sí. ¿Por qué? ¿Te molesta, te duele o te pica?

- ¡No seas güey! ¿Que no ves que está hasta la madre de agua? ¡Esta porquería que manejas se va a parar, ya lo sabes!

- Naaaa... no temas, Jerry-boy. Recuerda que sólo Judas temió. Me voy a ir despacito, pa' que te quedes tranquilo. Además, hace ya mucho tiempo que no se me para...

- Sí, eso me platicó tu vieja.

- Me refiero al carro, cabrón.

- ¡Ya lo sé, güey! Pero mira: la lluvia está arreciando y el nivel del agua va a subir todavía más. Vamos con tiempo de sobra... mejor vámonos por otra ruta.

- No seas llorón. Si me voy por otro lado, vamos a tardar mucho. Además ya estamos aquí, y el que va manejando soy yo. Para la otra, nos vamos en tu carro y te vas por donde se te pegue tu regalada gana, ¿ok?

Al terminar de decir esto, ya entonces había enfilado por la avenida y avanzado un buen trecho. Llovía nuevamente, y al paso de los vehículos se formaban pequeñas olas que golpeaban los costados del coche. Andrés tomó su carril izquierdo, lo que no me pareció buena idea, pero deduje que lo hacía para que no le tocara baño cuando algunos vehículos pasaran a su lado, a gran velocidad y levantando auténticas paredes de agua. Sólo lo miré con desaprobación, y él sonrió, diabólicamente divertido. El muy infeliz estaba disfrutando mi inquietud. En esos instantes deseé haberme traído en una bolsa la ropa que en esos momentos traía puesta , y haber esperado a llegar a nuestro destino para cambiarme. Ya ni modo, pensé.

Condujo despacio unos cuantos metros más, y entonces sobrevino la tragedia. El motor dejó de funcionar. El distribuidor terminó por mojarse y súbitamente nos encontramos en un coche que ya sólo se movía por la inercia. Repentinamente, la imagen mental de mí mismo asesinando salvajemente a Andrés se apoderó de mi cerebro. Odio cuando suceden esas cosas pudiendo haberlas evitado. Respiré hondo y no dije nada.

Andrés, maldiciendo sin detenerse ni un segundo a pensarlo, intentó orillarse pasándose al carril derecho... pero sólo consiguió quedar atravesado, invadiendo ambas vías, obstruyéndolas. Sin decir una sola palabra, me cubrí la boca con una mano, tal vez impidiendo la salida del torrente de palabrotas que se me antojaba dedicarle en esos momentos. Encendió las luces preventivas, y se volvió hacia mí, mirándome fijamente. Lo miré a mi vez, y casi pude leer sus pensamientos... eran obvios.

- Ni creas que me voy a bajar a empujar esta mierda -le dije muy serio.

- Tenemos que empujarlo, Jerry. Estamos tapando el paso en la avenida.

- "Tenemos" y "estamos" me suena a algo así como a manada, o a desfile, güey... el que "tiene" que bajarse a empujar, por que "está" tapando el paso, eres tú, imbécil. Si crees que yo voy a salir ahí afuera con este aguacero, andas bien perdido... -y después de decir esto, y al ver que no despegaba la vista de mí, sin decir nada, ya no me pude contener - ¡¡Te dije que no te vinieras por aquí, con veinte mil chingadas, cabrón!! ¡¡Te lo dije!! ¡¡Pero NO!! ¡¡Tenías que salir con tu batea de babas y hacer lo que se te dió la pinche gana!! ¡¡Y ahora quieres que YO me baje a empujarte...!!

El claxon de un auto detrás de nosotros interrumpió mi naciente furia. Quería que nos moviéramos, y en cuestión de segundos se le unirían más. Había que hacer algo, y pronto.

- Hay que bajarnos los dos -propuso Andrés, con seriedad. La totalidad de la ropa que él traía puesta era de su hermano y no se resignaba a mojarla de esa manera. La opción que ofrecía era algo que debí tomar, pero estaba demasiado contrariado para pensar con frialdad, y me negué.

- Sueñas -le dije-. No voy a echar a perder mis zapatos nuevos por tus pendejadas. Sal tú, y yo maniobro el carro hasta la orilla.

- Yo ya estoy al volante.

- ¿Y qué con eso? Bájate y me paso a tu lugar.

Bocinazos de más automóviles tras de nosotros. Andrés me miró molesto.

- ¡Órale, Gerardo! ¡Estamos tapando el paso! ¡Esto se va a hacer un desmadre si no nos quitamos!

- Ni modo. Tú te viniste por aquí, tú te bajas.

Ya se empezaban a escuchar recordatorios familiares de parte de los automovilistas que deseaban pasar. Andrés y yo discutimos unos segundos más, hasta que, movido por la desesperación, cometí el mismo error que ya tantas humillaciones me ha costado. Acepté dejar a la suerte, arrojando una moneda al aire, el quién saldría a empujar el auto...

Sé que ninguno de ustedes es adivino, ni clarividente para saber lo que sucedió, pero ni falta que hace (porque, de otro modo, este post no existiría).

Es obvio.

Sí, efectivamente, así fue...

Perdí miserablemente.

Ni siquiera reclamé el resultado. Sólo grité una maldición y bajé apresuradamente. Me dolió en el alma sentir mis zapatos nuevecitos llenarse de agua, que me llegó arriba del tobillo. Me dolió también sentir cómo se empapaban mi camisa dominguera, mi pantalón de gente decente, y mi cinturón de finísima y auténtica imitación piel...

Más me dolió recibir la carretada de insultos cuando los conductores de los vehículos tras de nosotros me vieron ("¡Órale, güey, no tengo tu tiempo!"... "¡A'i cuando quieras, cabrón!"... "¡Ya tira esa porquería a la chingada!"), mismas que contesté con un fino y respetuoso dedo medio extendido hacia el cielo y una mentada de madre.

Completamente mojado, empujé el coche hasta la orilla de la avenida, para esperar a que se secara el distribuidor. Y, mientras Andrés maniobraba para estacionarlo, pude ver su estúpida sonrisa a través de mis lentes salpicados de gotas de lluvia. Y tuve que quitarme apresuradamente cuando pasó un autobús a toda velocidad a mi lado, lo que no evitó que me llevara un buen baño. El desgraciado de Andrés se divertía de lo lindo. Todavía tuvo la desfachatez de decirme, con una sonrisota bobalicona, que no me dejaría entrar a su auto así mojado como estaba.

No describiré lo que pasó después. No diré cómo preferí quedarme, empapado y avergonzado, fuera de la oficina de los gringos, mientras Andrés se entrevistaba con ellos. Tampoco confesaré la vergüenza que sentí cuando mi colega los llevó a donde yo estaba, porque no les entendía ni media puta palabra de lo que le decían, y la expresión asombrada y divertida de sus rostros al verme en esa facha.

Mucho menos revelaré el trance tan embarazozo de traducir torpemente lo que aquellos güeros decían, aparentando no dar importancia a mi aspecto, pero visiblemente divertidos. Y el maldito de Andrés a sus espaldas, disfrutando el momento.

Ahora, mientras escribo estas líneas, mis zapatos me miran desde un rincón de la habitación. Casi puedo verlos deformarse lentamente...

¡Qué vida tan corta tuvieron! ¡Qué frustrante ha de haber sido esperar el momento de salir de su caja, sólo para acabar así! ¡Qué triste canto del cisne!

Tengo frío, y afuera sigue lloviendo. Es hora de dejar de pensar en esto y ver lo que sigue.

Que, como podrán imaginar, es más que obvio:

Vengarme de ese infeliz de Andrés.

(Y dejar, ahora sí, de apostar de una vez por todas, porque estoy más salado que un moco seco).

A ver si aprendo.




No hay comentarios: