martes, 23 de noviembre de 2010

El Troll

Sí...

Sin duda, es el regalo más horrible que me han dado en toda mi vida.

Lo miro una y otra vez, con los últimos rayos del sol que se oculta tras el muro de mi jardín, y cada que lo hago lo encuentro más repulsivo. Y, sin embargo, debí conservarlo por ser un regalo de mi hijo, a quien amo con todas mis fuerzas. Me lo entregó con una sonrisa radiante en su rostro por mi cumpleaños, y no tuve corazón para demostrar lo horroroso que me parecía ese muñequito. Forzando una sonrisa, dirigí una mirada a mi esposa y lo tomé fingiendo alegría. Abracé a Danielito, mi hijo, y le dí un beso una de sus mejillas, quizá más para ocultar mi expresión de desagrado que para demostrar mi amor por él.

Desde ese día, el troll ha ocupado un lugar preponderante en un estante del librero de mi estudio, en casa... contra mi voluntad. Al principio me dije que lo dejaría unos cuantos días ahí y después lo desaparecería, de la misma manera que se pierden las llaves, un calcetín, o un lápiz. Nadie notaría su ausencia, al menos no de una manera que significara un problema su desaparición.

Troll

Conozco las leyendas que se cuentan de éstos muñequitos, en las que supuestamente te protegen si lo cuidas y lo alimentas, pero que te juegan travesuras bastante pesadas si no eres de su agrado. Travesuras que pueden llegar a ser bastante agresivas y violentas, dependiendo del caso. Obviamente, para mí esas historias no significaron jamás más que un montón de basura.

Por lo menos, eso era hasta hace unos días...

Hoy, encerrado en el estudio de mi casa, sé que esas historias no son tan ficticias como creía... Miro a ese ente en el estante de mi librero, y sé que él me mira a mí... Cada día me horrorizan más ese cuerpecillo deforme, enanoide, ese cabello erizado, y esos ojos saltones que me siguen a donde quiera que me muevo... Incluso cuando no estoy aquí, o en la oscuridad de la noche. Siento que me observa. SÉ que me observa...



Los primeros días no fueron problema. Incluso hasta olvidaba que él estaba ahí. Después, quizá influenciado por el estrés que mi trabajo me provocaba, me empecé a sentir algo incómodo con el troll. Era algo que no encajaba en el cuadro. Un elemento fuera de lugar en mi estudio. Un objeto desagradable que, lo quisiera o no, me distraía cuando más requería concentrarme. Mi mesa de trabajo queda exactamente frente al librero, de manera que con frecuencia mis ojos tropezaban con los suyos, y su sonrisa bobalicona la sentía como una burla a mi tensión nerviosa.

¡Cuántas veces no me levanté de mi asiento, resuelto a deshacerme de ese adefesio! Pero siempre me detenía un par de pasos antes de llegar, recordando la carita inocente de mi hijo, que con tanto cariño me lo había regalado y que con tanta frecuencia me preguntaba por el troll, diciéndome que me protegería. Eso hacía que me detuviera y que mejor tomara unos tranquilizantes para calmarme un poco. Era demasiada la tensión por los problemas que me aquejaban, como para ponerme paranoico por un simple muñequito. Con el paso de los días, los tranquilizantes eran para mí casi otra comida. Sólo tomándolos podía relajarme y librarme de esa sensación de ser observado.

Sin embargo, una noche en que bebí unas cervezas de más en compañía de un amigo, le conté a éste mis problemas: lo presionado que estaba y, sin saber por qué, el asunto del troll cuya presencia me molestaba cada día más. Me sorprendió el escuchar a mi amigo contarme historias espeluznantes de trolles cuyos dueños no habían cuidado ni alimentado, y que se habían vengado de ellos haciéndoles pasar muchas tribulaciones. Por lo visto, mi amigo realmente creía en todos esos cuentos. Incluso me advirtió que no hiciera enojar al troll, porque desde que ya estaba en mi casa tenía influencia en ella. Y si yo no era de su agrado, podría tener consecuencias muy desagradables. Esos muñequitos distaban mucho de ser un simple juguete.

Cuando regresé a casa esa noche, ya todos dormían. Pensando en la plática que acababa de sostener con mi amigo, me dirigí con paso tambaleante al estudio y, entre las tinieblas que el alcohol provocaba en mi mente y que la oscuridad nocturna imponía en el lugar, observé al troll. Ahí estaba, como siempre, con sus brazos extendidos, su cabello erizado, sus grandes ojos saltones y su sonrisa burlona... Pero juraría que en sus ojos se advertía un brillo inusual... un brillo que antes no había visto, y que me sobrecogió profundamente. Era como si sus ojos se movieran y me siguiera con la mirada a donde quiera que yo me dirigiera. Como si me retara a que me acercase a él. Intenté hacerlo, pero la verdad es que sentí miedo. Cuando dí la media vuelta para retirarme a dormir, podía sentir su mirada en mi espalda, y casi escuché una voz dentro de mi cabeza advirtiéndome que eso era sólo el principio... Era la voz del troll, sí. Era su voz advirtiéndome que lo peor estaba por venir. Prácticamente huí del estudio rumbo a mi habitación.

Ese maldito muñeco sabe que nunca me ha agradado. Y por eso me odia.

Los días que siguieron fueron una calamidad. Mi estrés llegó finalmente a afectarme en mi trabajo, donde tuve muchos problemas; y éstos repercutieron en mi casa, con mi esposa, y en mi salud. Sin saber a ciencia cierta por qué, estaba yo irritable, de mal humor, y me negaba a seguir las recomendaciones de mi mujer para mejorar mi condición. Ésto fué causa de muchas discusiones... pero lo que más me molestaba era darme cuenta de que el troll lo observaba todo con esa sonrisa en su horrible rostro. Parecía alimentarse de mis problemas y mis preocupaciones. Con ésta racha de mala suerte que me aquejaba seguramente se snetiría muy complacido.

Sin embargo, sé que mi mala suerte no es casualidad. Empezó desde que ese monstruo tomó posesión de mi librero. Mi esposa me ha dicho que estoy loco, pero sé que esa criatura se mueve. Ella no me creyó cuando se lo dije, y preferí ya no comentarle nada para no asustarla. No me importa que me digan que está exactamente igual que el primer día: yo sé que eso deambula por la casa en las noches, e incluso durante el día, cuando no hay nadie que lo observe. Puedo jurar que en mis ahora muy frecuentes noches de insomnio he visto su sombra a la luz de la luna en los pasillos de mi casa, mientras todos duermen... Sé que entra a mi habitación y nos observa en silencio a mi esposa y a mí. Aún dormido he sentido sus pequeñas pisadas en la cama, paseándose lentamente sobre las sábanas. Luego se retira sin dejar rastro.

Pero yo sé que está ahí, al acecho, vigilando. Esperando el momento de atacarme... de atacarme a mí y a mi familia. Pero no se lo voy a permitir. Ahora mismo lo observo, y él, impasible, me devuelve la mirada con su estúpida sonrisa. Escucho su voz diciéndome que me matará a mí, a mi esposa y a mi hijo. Mucho he pensado en deshacerme de él, en enterralo, en quemarlo... pero su mirada me dice que eso no serviría de nada. Que, haga lo que haga, él terminará por matarnos.

Sé que, si lo dejo, lo haría... pero no se lo voy a permitir. No le voy a dar ese gusto a ese monigote del demonio.

Afuera de mi casa hay una multitud de gente, puedo escucharlos. El murmullo de sus voces se cuela por las ventanas y puertas cerradas. Y, a lo lejos, se escucha la sirena de una patrulla. Pero ellos no pueden ayudarme. Nadie puede hacerlo. Yo lo sé, y lo sabe el maldito troll.

En la penumbra de la naciente noche, aún distingo su cuerpecillo deforme, sus enormes ojos desmesuradamente abiertos, su horripilante cabello erizado y su maligna sonrisa sobre el estante de mi librero. Pero ya no sonríe sólo él...

No.

También sonrío yo....

Porque ahora puedo yo burlarme de él. No me importa lo que él pretenda, porque ya no puede hacerme daño. Ni a mí, ni a mi esposa, ni a mi hijo. Lo he privado de darse ese gusto. Me le he adelantado...

¡Jódete, muñeco de mierda!

¡Jódete, maldito troll!

Alguien intenta abrir la puerta de mi estudio. Oigo que la golpean, intentando derribarla. Van a entrar, sí. Pronto lo harán. Que lo hagan.

Con una sonrisa de triunfo en mi rostro, me acerco lentamente al troll, que me devuelve el gesto desde su inmovilidad... Me acerco y, entre risas, le digo que he ganado. Que toda su maldad no ha sido capaz de dañarnos. Que su amenaza de matarnos ha sido inútil... Y le muestro las cabezas de mi esposa y de mi hijo, que sostengo de los cabellos...

La puerta se abre con estrépito. Ya están aquí. Oigo una exclamación colectiva de horror y sorpresa.

No importa. Yo he ganado. Le he ganado a ese monstruo. Deberá buscarse a otro imbécil a quien intentar atemorizar con sus amenazas.

¡¡¡Te he ganado, maldito troll!!!

¡¡¡TE GANÉ, MUÑECO DE MIERDA!!!

¡¡¡¡¡JÓDETEEEEEEEEEEEEEE!!!!!

3 comentarios:

Andrix dijo...

Amiguis....nunca dejas de sorprenderme...q final..debo de recordar de nunca regalarte un juguete jajaj..
En verdad me gusto..y lo q mas me llamo la atencion es q no me esperaba el final para nada..eso me agrado....lo de ganarle adelantandote...en fin sin palabras..bien por mi amiguis..ah por cierto...cruel pero inesperado...asi q valio la pena.

Un beso amguis precioso.

Jerry2 dijo...

Andrix, amiga mía!

Lástima que hasta estos días me decidí a escribir éste relato, ya que debí hacerlo para Halloween, pero bueno... la falta de tiempo con un exceso de desidia fueron factores.

La verdad es que esos muñequitos me resultan bastante desgradables, aunque, de un modo extraño, bastante simpáticos. Alguna vez tuve uno, y obviamente todo lo que se dice de ellos es mentira.

O es eso... o le caí bien al troll, porque jamás me hizo ninguna jugarreta, jejejeje...

Un beso, amiga, y gracias por pasar.

PS.- Estudiáaaaaa, no seas vagaaaaaaaaaa!!!

Mabel G. dijo...

Hola Jacko !
Realmente fue un final de lo más INESPERADO...(suerte que le ganaste al muñeco maldito !!! si no ... no sé qué hubiera pasado jejeje)
Y como dice Andrea... no hay que regalarte muñecos.
Un abrazo y feliz 2011 para ambos !